27.2.11

del dilema y el agotamiento

la pintora Fabienne Verdier en su estudio

En la práctica del psicoanálisis y de la meditación zen el sujeto vive la experiencia de la repetición como una especie de camino o curso inevitable . Al principio la vive como un carga y un obstáculo, algo que le impide poder alcanzar su objetivo y vivir tranquilo. Hasta que no ha pasado un tiempo no descubre que la repetición es el motor mismo que le da acceso permite avanzar en su búsqueda, una extraña y paradójica puerta de alibaba, que le abre paso a lo que de al final se trata: poder agotar lo que insiste y resiste, llegar a una especie de agotamiento, que no es físico o energético, sino del orden de la significación. Al final, algo que no es del orden del significado, que no tiene valor referencial, que no dice ya nada más…viene a responder y a dar cuenta de lo que pertenece a lo más íntimo y más certero que tenemos.

Eso que se encuentra más allá del significado, que de tanto agotarlo ha quedado vaciado de sentido produce, como digo paradójicamente, una gran satisfacción al sujeto que lo sufre, y por eso lo llamamos goce. Los budistas desconfían de la satisfacción de los deseos en general, porque saben de qué está hecho ese goce y saben de nuestro engaño estructural. En psicoanálisis, distinguimos la satisfacción que produce lo que aún tiene significado, lo visible y cuantificable, lo que podemos nombrar e intercambiar, y que en general nos ayuda a ir abriéndonos paso en la vida, de ese otro goce de lo invisible, que como una especie de GPS rallado, nos hace repetir siempre el mismo dao sin que lo sepamos. Por un lado nos sostiene, ya que da cuenta de lo que hay más íntimo en nosotros mismos, y por otro resulta infernal, y de él poco o nada se puede decir. El sujeto vive entonces ese eterno dilema entre lo que dice desear, que son muchas cosas, y lo que realmente quiere, que generalmente desconoce, y permance mudo.

Lacan buscaba en lo chino (en su escritura- pensamiento-letra) “el camino por donde lo que se puede nombrar y lo que no tiene nombre se articulan” (esa búsqueda no les es exclusiva, también es la búsqueda del loco, del artista, del místico, el matemático y de otros…) Y no lo digo yo, lo dijo François Cheng, que enseñó chino a Lacan y trabajó con él textos y autores. El trazo del calígrafo, su goce, el estatuto de su escritura, le sirvieron para poder dar cuenta de una de sus más importantes aportaciones: la distinción entre lo que se dice (lo que se puede decir) y lo escrito (lo que no se puede decir ni nombrar) , y las dos formas de goce tan diferente que producen. Cómo se goza de lo que se dice no constituye ningún enigma para nosotros. Sobre cómo se goza de lo que no se dice, sí. Parece que lo que no se puede decir porque ya ha agotado su significado, o porque no lo tiene, a veces se puede llegar a escribir ( se puede encarnar en una letra, sea escrita, relatada, o cantada) Y este goce que puede aparecer como objeto-a en el curso de un análisis, no se localiza en ningún objeto exterior sino que está localizado en el cuerpo. De la letra ( de ese significado vaciado, tachado, vaciado) se goza en el propio cuerpo-del-lenguaje, y quizá por eso el análisis sea una práctica y no una teoría.
Otra lección chino-Lakhaniana que deriva de todo esto, y cuya aplicación es tanto ontológica como clínica, cito directamente una frase de Eric Laurent:" lo que hay no es el ser, lo que hay es el Uno" (el trazo, el gesto, el significante y luego la letra) y para saber quiénes somos, qué hacemos, a dónde vamos… algunos de nosotros hemos de poder cernir no sólo lo que se puede nombrar sino también algo del goce del que sólo se puede escuchar cuando llega en forma de letra.