28.12.08

stop!

photo by phototwp

una imagen cuando me faltan las palabras que sólo parecen repetirse

26.12.08

con tiempo


patterns, originally uploaded by phitar.

El tiempo ni anda ni corre. Nos espera sentados.
Este aforismo pertenece al libro que he terminado de saborear estos días, El Secreto del Cristal, Aforismos y Desafueros de Gonzalo Suarez, editado y preparado por el librero de la calle berlinés, Salvador Foraster, y Anne-Hélène Suarez (que ya conocerán los lectores porque siempre cito como traductora de referencia de poetas chinos, y gran inspiración en este largo camino de la sinología). Aprovecho estos días para hacer una pausa, una parada, y sentarme yo misma frente al tiempo, mirándolo a la cara, y viéndome en su reflejo. El humor de Gonzalo Suarez, su fugacidad poética e inteligente a sorbitos me ha ayudado en este ejercicio de desnudamiento. -Cordura viene de cuerda, y cuerda de atadura-. Salvador titula su epílogo con una frase de W. Benjamin, Relampagueo en un instante de peligro. Hay algo de peligro en el espacio en blanco que envuelve al aforismo, en el silencio alrededor de él, en el exceso de tiempo y de lugar.
Me permite seguir pensando en el desierto de hace unos días, que se había quedado en mí, habitándome de otra manera. Al mismo tiempo y gracias a Iluminaciones leo fragmentos de los Diarios Indios de Chantal Maillard. El desierto no tiene sombras, por lo cual no puede medirse el tiempo ni la distancia de las estrellas a no ser que el propio cuerpo haga oficio de gnomon. Uno es su propio tiempo. Alrededor, el tiempo no existe. A veces uno sin saberlo se encuentra en el desierto, otras veces es el desierto mismo. Hace que uno de mis preferidos sea su diario de Jaisalmer, ciudad india del Radjastán, en el desierto del Thar. Es difícil llegar a uno mismo. Si ser es salir a la luz, Maillard quiere hablarnos aquí del abismo, del desnacer, del regreso a la oscuridad. Invertir el impulso de existencia, cerrar los ojos del cuerpo, desatender las múltiples llamadas que enamoran. En el otro lado está la luz, y la voluntad. La voluntad es la que nombra, nombrar es arder en el deseo infinito de ser propiamente. Pero la compasión aún me impide la objetividad. La transparencia del cristal no admite que se conviva en el padecer ajeno. Por esa compasión tan importante en oriente, despojada de la caridad y la condescendencia, ella dice en una entrevista que no concibe una filosofía que hable continuamente en tercera persona. Me ha hecho pensar en Bel y en su literaruta en primera persona. El pensamiento debe recuperar a la persona concreta. Mi amigo Philippe , autor de la imagen de este post, ha estado unas semanas en India, me escribió una carta de las de antes diciéndome que me encontraba por todas partes, Il y a de toi partout ici. Plus encore qu’en Chine. La douceur? La couleur? En su flickr hay unas fotos maravillosas. Philippe recorre el mundo fotografiándolo casi todo, interrogándolo a través de su mirada, encontrándose en los reflejos que le devuelve la lente. Me he acordado de algo que la psicoanalista Françoise Davoine pone en boca de Wittgenstein en su libro La locura Wittgenstein: A veces no hay lenguaje para decirse algo a sí mismo, y sólo se encuentran las palabras a través de algún otro, por la vía de una respuesta. Pueder ser incluso que algún otro sueñe su miedo en lugar suyo…

21.12.08

(des)occidentada

photo by Hatoya
Así como quien no quiere la cosa, he estado unos días en Dubai. Es una ciudad artificial, donde a excepción de un par de barrios de callejuelas sin demasiado interés ni historia, no se camina por la calle sino que se recorre en coche, lo que para mi es un horror. Quien piense que Pekín es una ciudad atravesada por autopistas se equivoca. Que vaya a Dubai. Trabajé, recorrí hoteles y centros comerciales y aluciné bastante. Encontré, sin embargo, varias cosas que me gustaron. Una de ellas sigue siendo la llamada al rezo, también presente en el resto de países árabes. Siempre me parece que esa voz, que es un canto, viene de otro lugar, con otra consistencia más poética e interior. Como ocurre en las películas o en los musicales cuando los pensamientos más íntimos de los personajes se hacen audibles, las voces que ellos escuchan pero los otros no, desde otra dimensión en la que el tiempo objetivo se detiene. Como si esas rupturas temporales pudieran hacer más vivible el resto del día. También me gustó el rastro,- únicamente visible aún por lo real de la geografía y algún detalle folklórico-, de esos pueblos del desierto, beduinos y nómadas, anteriores al descubrimiento del oro negro. Pescadores, recolectores de perlas, comerciantes y artesanos, criadores de halcones y músicos. Civilizaciones creadas con la conciencia de que cualquier cosa que construyeran podía quedar enterrada bajo la arena y desaparecer con el paso de los años. No es de extrañar entonces la espiritualidad latente, ¿qué otra cosa puede hacer uno cuando sólo cuenta consigo mismo, sino mirar al cielo estrellado que cubre mar y desierto? La otra cosa que me gustó fue la cortesía, que además de oriental, tal y como comprobé también sabe ser árabe, como la hospitalidad. Curiosamente me había llevado en la maleta algunos textos lakhaniano-japoneses, recogidos en aquel número del Campo Freudiano Lacan y la Cosa Japonesa que me pasó Mercè. Discusiones y ponencias que hacían referencia a dos textos de Lacan principalmente: Aviso al lector japonés, y el artículo Lituratierra. Ahí encuentro mucho de lo que me interesa: ese tipo de lengua sostiene un tipo de lazo social, en el sentido lacaniano de discurso, más refinado. Mientras todo el formalismo japonés (lenguajero y social) es leído desde aquí como algo engañoso y artificioso del que tendemos a desconfiar, Lacan nos recuerda en cambio que es esta ficción la que mejor sustenta la verdad: el que no todo se pueda decir siempre, el que muchas cosas sólo puedan decirse a medias, el que siempre aflore la pregunta de si ese gesto es sincero o una mentira, si la palabra que yo pronuncio puede dar cuenta de la representación que yo me hago en la realidad, todo ello es constitutivo de la más natural de las interlocuciones. La cortesía permite además que el sujeto se identifique con unas reglas escritas, unas formas establecidas, y no con unos rasgos específicos de su consistencia e identidad. Que pueda descansar un poco de tanto sí-mismo. El sujeto japonés, que para decir yo dispone numerosas formas y términos, dependiendo de a quién se dirija (el yo gramatical no es una entidad única, sino que depende del otro o tú al que se dirige) permanece más libre de ataduras, sin tener que estar dando cuenta constantemente de su supuesta robusta e indestructible consistencia existencial. Lacan habla de la variabilidad esencial de la verdad en la cortesía, que en vez de remitir a un único trazo unario (un trazo de personalidad, por ejemplo) que la defina, remite a un cielo constelado. Como en esos pueblos del desierto...
Y para aquellos que alegan que tanta formalidad (en la cortesía por ejemplo) impide la emergencia de la subjetividad, que no le permite a uno ser o saber quién es, un analista japonés explica que ellos entienden el formalismo ante todo como una manera de adaptación al mundo exterior en cualquiera de sus formas, comprender y formalizar las cosas extranjeras, en esto consiste el espíritu tradicional formalista de su cultura.
Esa referencia a las cosas extranjeras, me hizo pensar en algo que escuché el otro día: la verdad es extranjera para el ser humano, inmerso como se encuentra en el mundo del lenguaje, las identificaciones y los semblantes. En el análisis ocurre algo paralelo. Al analista no le interesan demasiado los contenidos y significados profundos de todo lo que decimos. Al menos su escucha flotante no es eso a lo que apunta, sino a leer algo de esa forma, a la que en psicoanálisis llamamos letra, que se deja leer sin por ello tener que estar reivindicando todo el tiempo, la consistencia de nuestro ser.
Hoy estuve algo densa, lo siento, fue parte de ese des(a)occidente inesperado

9.12.08

wabisabi state of mind


bonsai, originally uploaded by geis.t.

Cuando anochece en los valles el viajero busca cobijo donde pasar la noche. Ve altos juncos que crecen por todos los lados. Los reúne con una brazada, erguidos tal y como se mantienen en el campo y los ata por la parte de arriba: al momento ya dispone de una choza donde descansar. A la mañana siguiente, antes de emprender el camino, desata los juncos, la choza desaparece, y vuelve a convertirse en un campo indiferenciado de hierbas. El paisaje natural parece recuperar su forma pero quedan huellas minúsculas del refugio. Algún junco doblado o aplastado, otro anudado aquí y allá. Queda también la memoria de la choza en la mente del viajero, y en la mente del lector que lee la descripción*. El wabi-sabi, la noción japonesa para la belleza de las cosas imperfectas, mudables e incompletas, se refiere precisamente a esas trazas delicadas , evanescentes, que rodean el vacío. La estética japonesa del wabi-sabi, asociada en sus orígenes a la ceremonia del té, está inspirada en el budismo chan chino y en la atmósfera y expresión de la poesía y pintura monocromática de la dinastía Tang, cuyos poetas hemos citado a menudo aquí. Y eso he rencontrado estos días hojeando otra obra china mucho más antigua, esa nueva versión en español del Yi Jing. Por primera vez el texto se me revela más allá de su función oracular como un texto filosófico chino, desprovisto de todas esas connotaciones esotéricas orientalistas con las que lo suelen asociar. La traducción, rigurosa, evita complacernos con el gusto de lo exótico indescifrable y, al contrario, nos invita a través de una elección más literaria y filosófica, incluso racional, a otro tipo de lectura, si duda más china. Me pareció muy significativa la traducción del título del último hexagrama, el número 64, Wei Ji , con el que se cierra este enigmático libro. La traducción de R. Wilhem, que hasta ahora servía de referencia para el lector español como la más seria y literal, lo traduce como Antes de la Consumación; la traducción de Jordi Vilà y Albert Galvany, en cambio, utiliza las palabras Consecución incompleta. Mientras en la primera parece poderse anticipar una promesa de consumación, de completud o incluso conclusión, la segunda parece querer evitar voluntariamente ese espejismo, reenviándonos de nuevo a un cambio, a una nueva oscilanción, a lo eternamente incompleto...

1.12.08

(mis) rarezas

polaroid by IrenaS
En estos tiempos de loterías e incertidumbre pensaba en mi suerte. La semana pasada en un seminario clínico sobre psicosis, el psiquiatra/analista responsable del curso, citaba a otro colega para dar cuenta del nivel de compromiso con el que algunos profesionales trabajan en ese campo de la salud mental: el analista, después de una primera visita con un sujeto psicótico tiene dos opciones, o bajar a la calle y comprar un libro que probablemente nunca leerá, o bajar a la calle y comprar un disco que probablemente nunca escuchará. Que nadie se lo tome al pie de la letra, el analista no quería decir, literalmente, que uno no lea libros ni escuche música, sino que cuando se tiene ese tipo de encuentro, hay algo que cambia para siempre y no le permite ser el de antes, que eso tiene unos efectos. Y seguramente, si baje a la calle- añadía- sea para recordarse a sí mismo que sigue vivo. ¿Qué quieren que les diga? Yo me siento afortunada de poder aprender al lado de gente que se atreve a decir algo así frente a un auditorio de desconocidos.
Seguí pensando en eso de querer recordarse a sí mismo que uno sigue vivo. Creo que a veces también me asalta el mismo deseo, querer recordarlo. Más tarde lo relacioné con esas almas pesimistas que en momentos como los actuales tienden a dejarse arrastrar por las noticias más funestas, relativas a los temas más variados (economía, ecología, trabajo, educación…) para verlo todo negro, lo de dentro y lo de fuera. Alguien cercano se preguntaba por los amigos de su alrededor que utilizan las peores noticias de los diarios y la actualidad como claves para descifrar su propio mundo, como si las desdichas más lejanas pudieran dar cuenta de lo más íntimo. Yo pensaba que si uno los escucha y los escucha de verdad no es descabellado pensar que quizá ellos también deseen recordárselo, y repitiendo una y otra vez el gesto de su miedo, no busquen otra cosa que el valor necesario para sentirse vivos. En el análisis con niños, por ejemplo, observamos constantemente como ambas pulsiones, la de vida y la de muerte, no son sino las distintas caras de un mismo impulso, o una misma búsqueda, de una misma superficie vital que transitamos como aquella hormiga despistada sobre la banda de Moebius.
Estos días leía la traducción española de Albert Galvany del comentario del Yi Jing de Wang Bi. Wang Bi nació unos años después de la caída de la dinastía Han y su corta vida transcurrió en los inicios del tumultuoso periodo de los Tres Reinos. Aunque debido a una enfermedad murió a los 23 años, su genio precoz y su talento le permitieron ser el autor de comentarios, considerados canónicos, de obras como el Lao Zi, el Yi Jing o los Diálogos de Confucio. En sus comentarios Wang Bi se opone a una lectura cosmológica y adivinatoria del Yi Jing, para presentarlo, al contrario, como un texto capaz de dar cuenta de la realidad del universo en su totalidad, dentro de la cual acontece lo humano, casi como coyuntura temporal. Rechaza la idea de una multiplicidad irreductible que excluya cualquier principio que relacione los seres y las cosas, y frente a cualquier cosmovisión basada en el caos y lo irracional, él antepone un principio originario, que curiosamente se expresa con la palabra del no-ser, la ausencia, el wu 無 (no porque remita a la nada, a la negación del ser, sino que es más bien un no tener, una falta de determinación, lo indiferenciado, traduce Anne Cheng) y unas leyes internas (¿recuerdan aquellas vetas interiores del jade?), el li 理, aquello gracias a lo cual cada ser es lo que es. Quién sabe si Wang Bi se engañaba en exceso y como a mi, le perdía un optimismo, necesario por otro lado, para sobrellevar los retos de su tiempo. Pero sus intuiciones le permitieron llegar bien lejos con el pensamiento y las palabras. Y la traducción de algunas de ellas, de A.G, me parecen conciliar algo de ese analista del principio: La multitud no puede gobernar a la multitud; aquello que gobierna la multitud es lo más solitario. Lo activo no es capaz de controlar lo activo, aquello que controla la actividad de todo lo que está bajo el cielo por medio de rectitud es la unidad constante. (…) No existe anda aberrante, pues necesariamente todas las cosas obedecen a su razón interna”