photo by jenifernyc1
A veces sueño con ser una persona de acción. Estos últimos días concretamente con Jason Bourne. Después de disfrutar de la tercera entrega en gran pantalla, su Ultimátum, me quedé hasta altas horas de la madrugada en casa embebida con su Supremacy e Identity , cuyas imágenes y secuencias me acecharon después durante días. No es sólo que esté excelentemente rodada, o montada, es la fuerza arrolladora de la búsqueda de su protagonista que resonaba en mí como un eco en stereo. Tampoco es la primera vez que me quedo hechizada por una historia cuyos personajes principales se encuentran poseídos por el deseo imperioso de saber y comprender. Me ocurrió hace unos meses con Zodiac, de David Fincher, de guión clásico, brillantemente dirigida y fabulosamente ambientada en el San Francisco de los setenta. En Bourne además está la dimensión de la memoria como medio privilegiado para la reconstrucción de la identidad perdida. La omnipotencia del personaje encarnado por un impecable Matt Damon la entiendo, por ejemplo, como fruto de esa pulsión imparable…No sé si en lenguaje psicoanalítico se podrá hablar de pulsión de saber en estos casos, pero a mi me gusta llamarlo así. Freud habla de la pulsión de saber en el niño en esa época crucial de su desarrollo cognitivo y emocional en que movido por el enigma sobre el origen e identidad del ser humano no para de preguntar e investigar, y alrededor de la pregunta subyacente, de dónde vienen los niños, florecen esas 10.000 otras, que le permitirán la constitución de sus primeras teorías sexuales.
Este verano conocí a dos niños que me impresionaron, Tullio y Zeno. Tullio es un precioso niño de rizos dorados de algo más de tres años que vive en un palacete destartalado y luminoso a las orillas del Lago Maggiore, y no para de preguntar el por qué de todas las cosas. La carrera de preguntas y preguntas era tal que en un momento dado su padre le pregunta si tiene hambre y él le contesta que no, y precipitadamente añade, ¿y por qué no tengo hambre? Está abierto a todo, y cualquier acontecimiento exterior desencadena un juego que como la energía, no desaparece nunca, sino que se transforma. Zeno, en cambio, tiene ya catorce años, y vive en una pequeña casa en el campo a unos pocos kilómetros al norte de Venecia, rodeado de gatos, perros, dos higueras y toda clase de bichos campestres, desde hace unos años sentado en una silla de ruedas. Su madre es una bella y valerosa veterinaria rural que cuida sola de él y su hermana Zoe, su padre murió trágicamente cuando Zeno tenía dos años. Dos años más tarde Zeno fue diagnosticado de una enfermedad incurable de origen genético, a la que seguramente se le sumaron la tristeza y la incapacidad para entender la brutalidad de su pérdida. Zeno sueña con trabajar algún día cuidando animales, y lo que más desea en estos momentos es poder tener pájaros en casa, de los que ocuparse y a los que poder observar durante horas.
Mi verano ha estado marcado por la sensación extrañísima de encontrarme frente a un enigma. El tarot de Marsella vino conmigo en la maleta, igual que el año pasado, en que mientras viajaba por China, me servía de brújula o ejercicio interior que debía practicar, cual gimnasia matutina, en trenes, hoteles y aeropuertos. Contrariamente a lo que pudiera parecer, el enigma no está en lo que las cartas responden, sino en la naturaleza verdadera de la pregunta, como ocurría con la Esfinge de Tebas.
Me acordé de lo que decía Lacan: toda la interrogación freudiana, no sólo en su doctrina, sino en la experiencia del propio sujeto Freud que podemos seguir a través de las confidencias que nos hizo, a través de sus sueños y el progreso de su pensamiento, toda ella se resume a esto ¿qué es ser un padre? O de la pregunta que se encuentra detrás de todo avatar histérico, ¿qué es una mujer? Y yo frente a mi enigma, soñando con que la carta XVII me facilitara alguna pista. Al regresar a Barcelona me encontré con la agradable sorpresa de los amigos, con el Pendu de Cacho de Pan, y las lecturas de Bel(lezza), que como siempre me abrían nuevos horizontes interiores (su cita de Maeve Brenan, Home is a place in the mind...) para darme cuenta de que la pregunta no es nunca una y es cambiante, y lo esencial es poder contar con esos interlocutores que uno elige, ya que como dice el maestro zen, es del Otro de quien recibiremos de forma invertida nuestro propio mensaje.
june swoon
Hace 10 años