photo by HatoyaAsí como quien no quiere la cosa, he estado unos días en
Dubai. Es una ciudad artificial, donde a excepción de un par de barrios de callejuelas sin demasiado interés ni historia, no se camina por la calle sino que se recorre en coche, lo que para mi es un horror. Quien piense que Pekín es una ciudad atravesada por autopistas se equivoca. Que vaya a Dubai. Trabajé, recorrí hoteles y centros comerciales y aluciné bastante. Encontré, sin embargo, varias cosas que me gustaron. Una de ellas sigue siendo la llamada al rezo, también presente en el resto de países árabes. Siempre me parece que esa voz, que es un canto, viene de otro lugar, con otra consistencia más poética e interior. Como ocurre en las películas o en los musicales cuando los pensamientos más íntimos de los personajes se hacen audibles, las voces que ellos escuchan pero los otros no, desde otra dimensión en la que el tiempo objetivo se detiene. Como si esas rupturas temporales pudieran hacer más
vivible el resto del día. También me gustó el rastro,- únicamente visible aún por lo real de la geografía y algún detalle folklórico-, de esos
pueblos del desierto, beduinos y nómadas, anteriores al descubrimiento del oro negro. Pescadores, recolectores de perlas, comerciantes y artesanos, criadores de halcones y músicos. Civilizaciones creadas con la conciencia de que cualquier cosa que construyeran podía quedar enterrada bajo la arena y desaparecer con el paso de los años. No es de extrañar entonces la espiritualidad latente, ¿qué otra cosa puede hacer uno cuando sólo cuenta consigo mismo, sino mirar al cielo estrellado que cubre mar y desierto? La otra cosa que me gustó fue la cortesía, que además de oriental, tal y como comprobé también sabe ser árabe, como la hospitalidad. Curiosamente me había llevado en la maleta algunos textos lakhaniano-japoneses, recogidos en aquel número del Campo Freudiano
Lacan y la Cosa Japonesa que me pasó
Mercè. Discusiones y ponencias que hacían referencia a dos textos de Lacan principalmente:
Aviso al lector japonés, y el artículo
Lituratierra. Ahí encuentro mucho de lo que me interesa: ese tipo de lengua sostiene un tipo de lazo social, en el sentido lacaniano de discurso, más refinado. Mientras todo el formalismo japonés (lenguajero y social) es leído desde aquí como algo engañoso y artificioso del que tendemos a desconfiar, Lacan nos recuerda en cambio que es
esta ficción la que mejor sustenta la verdad: el que no todo se pueda decir siempre, el que muchas cosas sólo puedan decirse a medias, el que siempre aflore la pregunta de si ese gesto es sincero o una mentira, si la palabra que yo pronuncio puede dar cuenta de la representación que yo me hago en la realidad, todo ello es constitutivo de la más natural de las interlocuciones.
La cortesía permite además que el sujeto se identifique con unas reglas escritas, unas formas establecidas, y no con unos rasgos específicos de su consistencia e identidad. Que pueda descansar un poco de tanto sí-mismo. El sujeto japonés, que para decir yo dispone numerosas formas y términos, dependiendo de a quién se dirija (el yo gramatical no es una entidad única, sino que depende del otro o tú al que se dirige) permanece más libre de ataduras, sin tener que estar dando cuenta constantemente de su supuesta robusta e indestructible consistencia existencial. Lacan habla de la
variabilidad esencial de la verdad en la cortesía, que en vez de remitir a un único trazo unario (un trazo de personalidad, por ejemplo) que la defina, remite a
un cielo constelado. Como en esos pueblos del desierto...
Y para aquellos que alegan que tanta formalidad (en la cortesía por ejemplo) impide la emergencia de la subjetividad, que no le permite a uno ser o saber quién es, un analista japonés explica que ellos entienden el formalismo ante todo como una manera de adaptación al mundo exterior en cualquiera de sus formas,
comprender y formalizar las cosas extranjeras, en esto consiste el espíritu tradicional formalista de su cultura.
Esa referencia a las cosas extranjeras, me hizo pensar en algo que escuché el otro día: la verdad es extranjera para el ser humano, inmerso como se encuentra en el mundo del lenguaje, las identificaciones y los semblantes. En el análisis ocurre algo paralelo. Al analista no le interesan demasiado los contenidos y significados profundos de todo lo que decimos. Al menos su
escucha flotante no es eso a lo que apunta, sino a leer algo de esa forma, a la que en psicoanálisis llamamos letra, que se deja leer sin por ello tener que estar reivindicando todo el tiempo, la consistencia de nuestro ser.
Hoy estuve algo densa, lo siento, fue parte de ese des(a)occidente inesperado