fotograma de Los cerezos en flor, de Doris Dorrie
Me quedé pensando estos días en la realidad doble lenguajera, que por un lado nos permite ser, a través de lo que decimos, y por otra nos desaloja , nos expulsa, nos deja fuera (para Lacan ex-sistir tenía ese significado, ser-fuera) separándonos, por medio de la palabra de lo que nos ocurre en lo real. Manel Ollé ya había hablado de ese mismo sujeto en tránsito, que redescubrí hace unos días en su poema, en aquel artículo tan bonito que ya comenté aquí sobre la poesía china, y que ya entonces me había hecho pensar en el sujeto del inconsciente y en el trabajo bajo transferencia del análisis. El lenguaje no es una jaula, escribe Wittgenstein para poner en entredicho la idea de que nombrar consiste sólo en atribuir una etiqueta a una cosa, e intentar dar cuenta de que a menudo uno nombra únicamente para dirigirse a otro y que éste acoja algo de lo que no ha podido ser dicho o inscrito. Y de eso trata el libro de François Davoine acerca de la transferencia en la psicosis, en el que trabajo con pasión ahora. Ayer vi la última película de Doris Dorrie, Los cerezos en flor, que me gustó mucho. En ella aparece continuamente la dificultad de los personajes para poder expresar y comunicar ciertos sentimientos esenciales que los invaden silenciosamente, como esa Cosa freudiana de la que el sujeto no puede dar cuenta. La irrupción de una catástrofe de lo real, de ciertos acontecimientos como la muerte, el paso del tiempo, y la pérdida del otro, obligan al personaje principal a emprender un viaje y transitar el sentido que el nuevo vacío ha dejado al descubierto, a cielo abierto. Mientras su mujer estaba, su vida conseguía sostenerse en el frágil equilibrio de los no dichos, pero con su muerte él necesita recuperar para sí, en un viaje transferencial, algo de lo que el deseo de ella y su pasión vital expresaba en el ex-sistir de los otros. El viaje lo lleva a Japón en este momento del año en que los cerezos están el flor, símbolo por excelencia de la fugacidad de la existencia, donde el encuentro con una joven bailarina de butoh, que es capaz de acoger y escuchar algo de su demanda, le permite elaborar algo del duelo y de esa transferencia con su mujer. Curiosamente, en la extraña danza butoh con la que soñaba su mujer, la comunicación con los muertos es algo corriente, como lo es para el analista en el trabajo con la locura, y que tiene que ver con ciertos acontecimientos catastróficos (subjetivos) a los que nos toca sobrevivir. La danza butoh nació en Japón después de la segunda guerra mundial, precisamente para poder expresar algo de la catástrofe atómica. Después de descubrirla y bailar durante un año en una compañía, a mi se me hizo muy difícil seguir bailando cualquier otra forma de danza. Aquí también la joven bailarina de la película lo explica poéticamente, en esta danza de las sombras (butoh significa literalmente danza de las tinieblas o sombras) el sujeto y ciertos aspectos de su inconsciente y su regreso en lo real, transitan de una sombra a otra, sin que podamos decir quién es el sujeto de lo uno expresa. Frente a la pregunta de ¿quién está ahí? se hace a veces difícil proferir una respuesta. Davoine recupera el trabajo y expresiones de analistas norte-americanos como H.S.Sullivan para hablar de ese dreadful-not-me o de ciertas emociones uncanny, con las que el analista, el practicante zen o el poeta se enfrentan. Ollé en su poema utiliza una referencia de Gong An 公案 ,“sobre el zafu donde te sientas no hay nadie, bajo el zafu no hay suelo”
june swoon
Hace 10 años