Kyoto, photo by Andrea Z Estos días pensaba en el silencio, en cómo unos lo evitan, cómo otros se ahogan en él, como se nos hace intolerable en situaciones y como en otras es lo que propicia un tiempo necesario, una especie de vacío, para que algo pueda avanzar o proseguir, surgir o simplemente respirar. Silencios demasiado llenos que duelen y hieren o silencios armoniosamente vaciados que liberan algo, que permiten al otro existir enfrente nuestro. Y pienso en lo que me había comentado
Bel sobre el trabajo de la documentalista
Heddy Honingmann en sus
entrevista filmadas, en las que no teme que sus personajes o interlocutores se queden en silencio frente a la cámara y sus preguntas, permitiendo ese espacio para que el sujeto y el discurso se desplieguen tranquilamente. En la televisión tienen horror al silencio, los políticos los peores, y se obsesionan por tapar y tapar los agujeros. ¿Cómo se puede escuchar algo cuando se tapona de esa manera todo el espacio? Para mi lo más increíble siempre ha sido que uno crea que al decir algo el otro pueda estar captando exactamente lo que se quiere decir y encima se empeñe en ignorar que de hecho siempre hay algo que se pierde, que cae, y sin embargo otras cosas que no han sido dichas con palabras emergen sin permiso, ocupando un lugar muchas veces más importante que el resto. Por eso siempre me he encontrado tan cómoda hablando
lenguas que no fueran la mía, donde esos espacios y esos vacíos se hacían ineludibles. Evidentemente
ahí está el chino, pero incluso estos días siento un placer inmenso l
eyendo en italiano, que comprendo pero no he estudiado y del cual se me sigue escapando mucho…..la experiencia del psicoanálisis resulta paralela. En una entrevista preciosa a
Robert Lévy que t
raduje para una revista argentina decía:
Si un análisis tiene alguna consecuencia sobre la vida de alguien, es sin duda la de aportar una distinción entre la ley del amo y la ley del significante. Y es cierto que se operan ciertos cambios esenciales y uno es capaz de liberarse y escuchar(se) de otros modos. Hay un artículo interesantísimo en una revista de la
Lettre Lacanienne de un psicoanalista y sinólogo francés,
Rainier Lanselle acerca de su trabajo como intérprete en el ámbito del psicoanálisis en china, concretamente en sesiones y presentaciones de enfermos en Pekín y Xián. Reflexiona acerca del lugar bien especial que debe ocupar esta persona, dando cuenta del sinfín de cosas que ocurren no sólo en la práctica analítica, sino en el acto de la palabra y en el encuentro con esa otra cultura que es china. En este marco el intérprete no puede permitirse mantener la ilusión de una supuesta neutralidad, ni tampoco obviar las barreras del lenguaje, de la cual la lingüística no es más que una variante secundaria a la constituyente del propio sujeto de la lengua. Tampoco puede adoptar, a través de un discurso universitario, el lugar de experto cultural que va a traernos un saber ya enlatado y preparado sobre el otro. La
responsabilidad de su acto reside en dejar que algo del sujeto del incosciente pueda entreverse o escucharse, para lo que deberá evitar algo que se encuentra muchas veces en lo que esperamos de un intérprete y de un sinólogo: que acondicione y alise el terreno, evitándonos tener que vérnosla con la división del sujeto y su decir en tanto que decir a medias, decir a su pesar, lleno de baches, huecos, lapsus o malentendidos. Como en aquella secuencia de
Lost in Translation en que la intérprete japonesa reduce unas explicaciones interminables dirigidas al americano, a una escueta frase de apenas cuatro palabras. Y es que aunque la intérprete japonesa haya conseguido traducir lo esencial de la comunicación, ha eliminado y censurado toda una serie de significantes, que deja al extranjero sumido en una inquietante extrañeza: “
a partir de entonces el extranjero ya no sabe quién le habla, desde dónde se le habla y su sentimiento de aislamiento, de desprendimiento de sí mismo, de ausencia de conexión con las cosas es uno de los puntos fuertes donde reposa la verdad de la película” Rainier explica algo muy bonito además sobre la consistencia del dispositivo analítico, y es el hecho de que a diferencia de algo que pasa a menudo en ese tipo de situaciones en China, en que se crea como una especie de complicidad entre las dos personas que hablan la misma lengua, en estos encuentros el discurso del paciente estaba claramene dirigido al analista que no hablaba su lengua. La presencia del intérprete debía oscilar, tanto su lugar como su intervención habrán de ser plurívocos, y como en la
banda de Moebius debía sostener posiciones opuestas entre sí, y es que como bien recuerda al concluir el autor,
el lenguaje es universal pero sólo existe a través de lenguas particulares.