El viernes asistí a la presentación del libro de Philippe Forest, Sarinagara, en La Central. Mercè Altimir, que además de psicoanalista, es profesora de lengua y literatura japonesa se encargaba de presentarlo. No recuerdo ninguna otra presentación como ésa: en vez de limitarse a dar datos y exponer inteligentemente detalles sobre la escritura o el autor, Mercè nos sumergió en el universo de la novela como quien entra en un sueño o una pintura japonesa, llena de vacíos y de brumas, de no saberes, de silencios e imágenes que antes que decir, sugieren o evocan. Generosa como es ella leyó algunos pasajes breves y audaces en los que se transmitía la voz clara del autor, interpretó algunas de sus claves –las figuras, como espejos e interlocutores, de otros grandes artistas japoneses, el descubrimiento de sus ciudades, algunos acontecimientos vitales, la presencia constante de la pérdida, el duelo, la catástrofe, el abismo y el extrañamiento de estar vivo,- y sutilmente señaló los contornos de un itinerario, el de la lectura, que sólo al futuro lector concernía y que ella optó por dejar en enigma. Dijo cosas muy bellas acerca de la experiencia del fluir con las cosas del mundo y poder hacer algo con ellas, de la importancia de ciertos acontecimientos o imágenes que aunque pasan y son transitorios, sin embargo, nos acechan y se repiten, insistiendo, a lo largo de toda nuestra vida. Hacia el final, no pude evitar preguntarle a Forest si este tipo de presentación, más bien parecida a la de una pintura o caligrafía japonesa que a la de una novela, eran habituales en sus libros, o había sido cosa de la presentadora. Yo me sentía abrumada, él pareció contento y dijo que su intención había sido escribir una novela japonesa en francés, y que si la narrativa japonesa a finales de siglo XX se había basado en una copia de la narrativa moderna occidental, le parecía totalmente normal que escritores occidentales intentaran el gesto contrario, aun a riesgo de fracasar completamente en el intento, -como les había pasado a los autores japoneses, que habiendo querido copiar otras escrituras, habían acabado haciendo algo totalmente diverso.
El origen y sentido de la novela se encuentran contenidos, dice el autor en las primeras páginas, en un haiku de Kobayashi Issa,
Sólo rocío
Es el mundo, rocío,
Y sin embargo
En la locución adversativa, parecía articularse ese lugar doble que voy consiguiendo ocupar, gracias a lo chino y lo analítico, y en el que sí, descubro una forma de alegría. El sin embargo señala el gesto de disensión o renuncia de los que vengo hablando, de divergencia, de subversión, no sólo de adversidad, o de caída también de redención, o de revelación. Todo al mismo tiempo.El sarinagara (sin embargo) se me apareció como un pequeño satori (exhalación que rasga la tela opaca de los fenómenos y deja a la conciencia en un éxtasis sin contenido,- en palabras de Forest- de ese modo la mente se deshace de cualquier ilusión, constata que todo a su alrededor está condenado a perderse, asume su debacle, y en ello descubre una forma de alegría.)
estar vivo sin más
a la sombra de un cerezo
es el milagro (K.Issa)
El sábado pasado me alegró poder participar en una parte de la estupenda jornada organizada por el IPB en el Colegio de Médicos de Bcn, acerca de las psicosis inadvertidas en la infancia. Silvia Tolchinsky reivindicó de manera muy bonita, frente a educadores y clínicos, la importancia y la necesidad de una clínica diferencial. Los conceptos utilizados hoy en día, la proliferación de trastornos y síndromes no remiten más que a la noción de norma, o de lo normativo. El síntoma capaz de dar cuenta de algo de lo particular ha cedido a favor de los trastornos generalizables, que pueden sumarse, clasificarse, y ser tratados globalmente. Fenómenos que han existido siempre como modo de expresión del malestar de cada uno en cada momento subjetivo se normativizan y se diagnostican, protocolizando las preguntas y las respuestas. Todo esto se hace más dramático cuando se aplica a los niños. No todos los fenómenos son patológicos, muchos de ellos sólo requieren de un acompañamiento y un tiempo para la elaboración de sus vivencias y la medicación también puede ser perjudicial, como hemos visto. Ciertos empujes a la normalización de los chicos, que no respetan sus tiempos ni sus particularidades, devienen factores de desencadenamiento o desenganche del otro. Josep Moya me resultó brillante y rotundo as usual, reivindicando por un lado el retorno a la psicopatología de la psiquiatría clásica, increíblemente desaparecida de la clínica actual, y aportando una nueva definición de la psicosis. La locura de hoy en día en el que disponemos de medicación que acalla y amortigua los síntomas positivos de la alucinación y el delirio, debería identificarse por esa lógica distinta a la del neurótico, basada principalmente en el fenómeno de la certeza. El proceso de la psicosis es aquel a lo largo del cual, en algún momento de su decir o su relato, presenta una certeza. Parece una banalidad, pero esta definición es una pequeña revolución. Hace unas semanas presenté un artículo muy poco convencional sobre la locura, basado en mis lecturas davoinianas (junto a Wittgenstein, Lin Tsi, Artaud…) temiendo que me excomulgaran de la comunidad analítica, y sin embargo, sé que algo hay ahí que debo de seguir buscando. Por cierto, no me había dado cuenta, pero el carácter que se utiliza para puerta en chino y japonés, 門 es el mismo que utilizamos para pregunta, como señaló Mercé.a la sombra de un cerezo
es el milagro (K.Issa)
la vida es corta
el deseo infinito (Issa)
el deseo infinito (Issa)