24.2.09

(mis primeras) experiencias clínicas

spring by Hsuperb0i
Cuando a principios del siglo XVIII el célebre pintor Shitao escribió su Tratado de Pintura del Monje Calabaza Amarga se vio obligado a referirse a la escritura y caligrafía, y su tratado acabó dando como resultado un texto mucho más filosófico que artístico o técnico. A mí me ha pasado algo parecido, aunque inverso, y en ese intento de avanzar en mi entendimiento del sujeto del inconsciente, la locura y de algunos de los gestos teóricos de Lacan, me he encontrado, a partir de cuestiones más bien clínicas, preguntándome por la relación del ser hablante con la letra. El lugar que ocupa en China la relación con la escritura sigue sirviéndome para pensar. Hace unas semanas leí el artículo de un amigo analista chino, Yan Helai 严和来 , que reside desde hace un tiempo en París, mientras realiza su doctorado. En él Helai retoma dos caracteres chinos, yi e yi para reflexionar acerca de dos conceptos freudianos que nos sirven para explicar desde el psicoanálisis la construcción y las identificaciones del yo. Es muy interesante porque el carácter que en chino designa desde la antigüedad el bien, la rectitud, el sentido o significado, las relaciones humanas, así como el tener un porte digno e imponente, está compuesto por el carácter del yo 我 + 羊 el de belleza, bondad, o benéfico, significando algo como el yo que es bello o benéfico, o lo bueno que hay en mí…. Más tarde surgió otra palabra a la que se le añadía el radical de persona, 人ren, . Este nuevo yi 儀 que empezó designando lo mismo que el primero, pero acabó guardando únicamente el segundo sentido (el yo que tiene un porte digno) y con el tiempo acabó designando no sólo la apariencia digna sino también la regla, el rito o ceremonia, el instrumento. Desde la teoría freudiana, el yi 義 vendría a designar los ideales éticos, morales y abstractos (Idela del yo), y el yi 儀 se correspondería con el Yo ideal, que apunta a la imagen (que nos formamos), ambos necesarios el la constitución del yo, diferenciados en la escritura china únicamente por la función del cuerpo, lugar de lo real y de las pulsiones, y de las identificaciones imaginarias con el otro.
Mercè Altimir publicó hace unos días un artículo acerca de la función de la palabra en la experiencia analítica. Aunque también es muy teórico, me ha gustado mucho. Como ella dice, el sujeto que participa en la experiencia analítica no es el ser de la naturaleza, ni nuestro ser biológico, no se corresponde con la persona, no tiene que ver con el ser, no es algo dado de entrada con lo que nacemos, sino algo que se construye, con memoria simbólica e historia. Su lugar es el lenguaje, y sólo ahí lo podremos encontrar. El cuerpo aquí es un cuerpo atravesado y marcado por el lenguaje, un lienzo en blanco sobre el cual se inscribe el síntoma y desde donde se articulan las pulsiones. La función del analista, dice, consiste en ser el motor de un proceso de reescritura… partimos de los restos textuales del naufragio de un libro y trabajamos en pro de su restauración. Sin embargo, al final, el libro claro, aún siendo necesario resulta no tener el valor que le suponíamos, pues aquello que verdaderamente importa es la transformación de la posición del sujeto que la reescritura actual del análisis ha operado. Y más tarde; la función primera de la palabra no es la representación [de las cosas], es materia prima en sí misma. Shitao en su tratado dedica un capítulo a la relación de la pintura y la caligrafía-poesía. Mientras en la pintura la técnica gira ante todo alrededor del vacío , -esas playas blancas dejadas a la imaginación- en palabras del traductor del tratado Pierre Ryckmans, en la escritura o poesía el concepto clave es el de shi , que designa la realidad pero también la densidad, en oposición al vacío. La letra está vacía, o al menos el objeto representado ha sido tachado o desdibujado por el trazo, por eso la función del poeta (sujeto) es la de re-actualizar su función y otorgarle un significado, como sucede en el análisis y para Lacan, con la letter o carta robada del cuento de E.A. Poe, que cumple con su función, aunque su contenido permanezca desconocido. En mis primeras experiencias clínicas me encuentro con sujetos invadidos por esa letra, cuyo sentido a veces cuanto más real más enigmático resulta. A veces parece que nada pueda tener sentido. Yo sin embargo intento pensar en la carta robada, con la que hemos de hacer sin saber de entrada su contenido. El análisis nos enseña que no se ha de ser un loco para experimentar algo de ese Otro sitio, otro escenario desde donde nos llegan mensajes que nos sorprenden.

16.2.09

lo difícil es detenerse


Tintin, regalo de Martina
Su Dongpo decía que algunos libros no deberían darse por acabados hasta haberlos leído varias veces, ya que en cada lectura uno puede centrarse y descubrir diferentes aspectos esenciales. A mi me pasa con algunos libros y también con ciertos autores, como es J. F.Billeter. Retomo estos días su maravilloso ensayo, Cuatro lecturas sobre Zhuangzi publicado por Siruela en esa colección de libros pequeñitos y traducido por Anne Hélène Suarez. Creo que hay algo de lo que leí hace tiempo que hace eco con mis preguntas de ahora. Su lectura fue una revelación cuando trabajaba en un espectáculo extraño de creación propia, La felicidad no ha hecho feliz a nadie, con música de Bach. Hacia el final del ensayo Billeter proponía una lectura de Zhuangzi polifónica, semejante a la de la escucha de Bach, cuya complejidad no está en los elementos sino que resulta de su combinación. Billeter acude a esta misma idea de re-lectura para elaborar algo nuevo y subversivo en su trabajo de sinólogo y sobretodo de pensador: y es que más allá de su interpretación y exégesis de la obra del enigmático e interesante autor que fue Zhuangzi, Billeter lo que hace es mostrarnos otra manera de leer, no sólo un texto, sino también la realidad. Al inicio del libro presenta en varios puntos su método: cuando abordo un texto no me pregunto qué ideas desarrolla el autor sino de qué experiencia particular o de qué aspecto de la experiencia común está hablando. Para él un filósofo es un hombre que piensa por sí mismo, y que toma como objeto de su pensamiento la experiencia que tiene de sí mismo, de los demás y del mundo, que se informa de lo que piensan o pensaron otros antes que él, que es consciente de las trampas del lenguaje y por lo tanto lo utiliza de un modo crítico. Ahora bien, el lector puede asimismo unirse a él, haciendo uso de su experiencia por su cuenta. Para el segundo punto de su método Billeter se refiere a Wittgenstein: la dificultad, el mérito del pensador no estriba en encontrar la solución sino en reconocer la solución en lo que parece ser sólo la premisa. La dificultad se debe, según el filósofo, a que esperamos equivocadamente una explicación cuando es la descripción la que constituye la respuesta. Eso es lo difícil, detenerse. Insiste en eso en numerosas ocasiones a lo largo de su obra: hay que saber detenerse en la descripción. En el psicoanálisis ocurre algo muy parecido. A menudo volvemos una y otra vez sobre lo mismo, sobre lo dicho y evocado un millón de veces, y parece que nada nuevo, que ninguna respuesta pueda surgir nunca de ahí, cuando es en el seno de la descripción donde reside la clave que acaba descifrando el engima. El psicoanálisis apuesta por ese saber subjetivo y en eso también es subversivo.
Hay otras conexiones lakhanianas, quizá por eso Billeter pueda concluir en las últimas páginas que del Zhuangzi emerge un paradigma, nuevo para nosotros, del sujeto y la subjetividad. Si la representación del sujeto que ha dominado nuestras tradiciones religiosas y filosóficas, así como nuestras concepciones psicológicas, es la de una instancia autónoma y activa, pero cuya actividad puede convertirse en pasiva, de ahí la idea de las pasiones, en Zhuangzi lo que llamamos sujeto o subjetividad aparece como un ir y venir entre el vacío y las cosas. Ese vacío nos ofrece la posibilidad de redefinir y cambiar, de dar significado a nuestro mundo a través de lo que hagamos con él.
Mientras pensaba en todo esto leí el interesante y bonito post de hace unos días de elPasaelTiempo acerca de un texto de Derrida, Dar (el) Tiempo, donde aparece la idea de que el tiempo no es nada en sí, es un vacío (por lo que no se puede dar, tomar, poseer) y que de ser algo sería, metonímicamente, las cosas con las que lo llenamos. Durante años he pensado que mis trabajos fiduiciarios me tomaban todo el tiempo, como hace el rey con Madame Maintenon en su trampa neurótica, despojándome de todo lo mío. El análisis, en su trabajo des-identificatorio, permite detener el reloj tirano y neurótico, dejar de ver la realidad como un todo y aprender a transitar ese vacío que nos permite, en último lugar, darle un sentido a nuestro tiempo.

11.2.09

de la muerte


travelling toyama by Isado
A las semanas de paréntesis le han sucedido unos días de cierto desbordamiento. Algunas de las palabras de ese Wittgenstein privado seguían esperándome en una libreta, y mientras me había quedado pensando en algo que dijo Manuel Delgado, en la efervescente e interesante presentación del libro de Bel la semana pasada, en torno a las guerras: y es que por mucho que a veces nos cueste reconocerlo, lo cierto es que sucede que la gente se mata, se matan unos a otros y a sí mismos, ha sido y es incluso hoy, una forma de vínculo social, de relacionarse con el otro. Por primera vez Delgado me pareció muy freudiano. El Wittgenistein ficticio de mi libro, siguiendo su discurso sobre la locura, decía que muchas veces para expresar la muerte omnipresente no queda otra cosa que mostrarla (como se muestra algo que no se consigue decir, que no se puede siquiera imaginar pero que ha sido, sin embargo, registrado por el sujeto) con la esperanza de liberarse de ella. Un analista pregunta con asombro -¿Es que usted busca liberar a sus pacientes?, - Sí, de algo que está fuera del discurso, que se materializa por el bies del analista y que en un segundo tiempo puede enunciarse, ser olvidado, finalmente reprimido… Efectivamente, en Freud, para que haya vida, para que el sujeto apueste por ella es necesario un cierto desconocimiento, una falta de saber sobre su propia muerte. Mientras al neurótico de a pie le falta ese saber, aparece en ocasiones en el discurso del psicótico el encuentro de bruces con ella. Ayer por la noche leía entusiasmada un precioso artículo de Anne Hélène Suarez publicado el año pasado por la revista del Colegio de Méjico acerca de los poemas ante la muerte en la China antigua; como ocurre en otras culturas, existe en China la tradición de la escritura de epitafios y últimas palabras antes de morir y, como señala AH, debido a su tradición poética, estos escritos adoptaron en seguida y a menudo la forma versificada. Uno de ellos fue escrito por un príncipe de la dinastía Han, Liu Dan, que al ser descubierto en una conspiración, fue condenado al suicidio. Todas son traducciones de de Anne-Hélène,

Regreso a la ciudad vacía
ni un perro que ladre, ni un gallo que cante

Desiertas se extienden las avenidas

Y sé que en la capital no hay persona alguna


Además de la interpretación más literal en la que la capital quedaría desierta a causa y después de su muerte, existe otra posible que identificaría la “ciudad vacía” con el reino de las tinieblas al que el ser humano regresa al morir, -en la tradición china la muerte es a menudo concebida como un retorno al origen. Pensaba en la imagen de soledad absoluta y sideral y me pareció que daba cuenta no sólo de la muerte sino de alguno de esos estados subjetivos vitales al que uno no debería dejar de intentar ponerle palabras para domesticarlos.
Anne Hélène en su artículo hace un pequeño recorrido por distintos periodos y corrientes filosóficas. De entre los poemas de tradición chan (zen) hay uno que me ha gustado especialmente, pertenece a un maestro muerto en el 1149, Cai Zhen ,

Nada es superfluo en la vida,
Ni falta nada en la muerte

Acompañemos al tiempo
Será una nueva fuente de deleite


Me recordaba además a uno de los aforimos que ya cité aquí del libro de Gonzalo Suarez, preparado por ella y el librero de la calle Berlinés, Salvador Foraster: el tiempo ni anda ni corre, nos espera sentados.
También me pareció altamente sugestivo la evocación del mundo de los inmortales (el carácter de inmortal está comppuesto por el radical de persona y el caracter de montaña) y de aquellos maestros y poetas que se retiraban a morir en las montañas.

No digáis, gente del mundo, que el camino es difícil
Con sendas para pájaros, recodos como tripas

Cuidaos, aguas de la orilla del Torrente del Ramio,

Volved vosotras al mar, que yo vuelvo a la montaña

(del maestro Qing Huo, del s.X)