Inmortal, de Liang Kai
Con motivo de una bonita reedición hace unos meses de Les Propos sur la peinture du moine Citrouille-Amère, su autor, el escritor y sinólogo belga Pierre Ryckmans (Simon Leys), reflexiona en una entrevista sobre la estética china, que como él dice, constituye ante todo una ética. En ella nos recuerda que la práctica de la poesía, la caligrafía, la música o la pintura en China tenían como principal objeto el establecimiento de la armonía interior, que debía acordarse a su vez con los ritmos del universo. Por lo que su práctica no era compatible con una carrera remunerada. Así, no se concebía que los calígrafos vendieran sus obras (sólo podían darlas, y únicamente a personas que sabían capaces de apreciarlas!), ya que al ponerles precio se rebajaban al nivel del simple artesano. El músico no tocaría más que para sí mismo en el silencio de su retiro, o en presencia de algunos amigos íntimos dignos de compartir los secretos de su sentir, o como ocurre actualmente en China, en la semi-oscuridad de s’hora baixa de los parques. El sonido de la cítara se perdería en una sala de conciertos, dice Leys. El artista debe ser pues un amateur. Eso me recuerda las últimas conversaciones que he tenido con Xavi, músico saxofonista y filósofo amateur de la vida mezclada con el jazz, que escribe y graba estos meses un disco de flamenco. X. se quejaba esta semana de que los músicos escribieran canciones hablando de lo que les pasa a los demás, decía que era una huida para no mirar ni hablar de lo que les pasa a ellos. Y pensé, viendo cómo se iluminaba su mirada, que tenía razón, y me acordé de sus letras de flamenco, que son de lo más bonito que he escuchado en tiempo, y de su grabación de las suites para cello solo de Bach, tocadas con el saxo. Leys nos invita también a pensar en la manera en que se presentan las pinturas chinas, que se montan en rollos de seda o papel. O bien se montan en horizontal, leyéndose sobre una mesa, desenrollándola con una mano y enrollándola con la otra, o bien se suspenden en vertical, pero sólo, precisa, durante su contemplación activa. Parece ser que tener una pintura colgada permanentemente era considerado un hábito bárbaro y una vulgaridad. La elección de una obra para contemplar, una música para escuchar, un poema para leer, responde naturalmente a un impulso del momento, un estado de ánimo, incluso a una estación…También me ha acompañado esta semana el bonito artículo de Vila-Matas en su dietario voluble de los domingos, en el que entre esos dos lugares que parecen tan alejados y contrapuestos, el de la ciencia y las letras, parece encontrar un lugar muy chino donde situarse y hablarnos del misterio de una tarde de tormenta, del lenguaje de las matemáticas que podría acabar siendo también "un lenguaje exclusivamente nuestro y privado con el que garabateamos en los muros de nuestra cueva o modesta universidad de la nada, al norte del bosque de los nombres sin cosas", y el talento de Dalí con sus átomos encantados. Como muchos otros (y pienso en la inspiradora y generosa Mercè Altimir y en el psicoanálisis, por supuesto) confiesa haber querido siempre estar en los dos lados, y le reprocha a la ciencia que se atreva a decirnos que no tiene sentido preguntarnos por la gran unidad, la que en China se articula a través de los 10.000 seres. Así que V-M me devuelve a ese mundo de poetas desterrados e inmortales, que tengo la suerte de poder compartir con Bel, como el personaje de esta pintura de Liang Kai, titulada el Inmortal. La palabra inmortal en chino 仙 está compuesta por dos caracteres, hombre 人 y montaña 山, magníficamente representados en este cuerpo que es a la vez un paisaje
june swoon
Hace 10 años