
Una mañana de marzo, cuando la nieve empieza a derretirse en los parques y hutones de Pekín, una viuda jubilada recibe la llamada de un antiguo camarada del partido, con el que se ha reencontrado este año. Él le pregunta si puede pasar hoy por su casa, a lo que ella responde afirmativamente. Mientras se prepara para salir se pregunta por qué querrá verla, de qué querrá hablarle. Se conocen desde hace muchos años, ahora ambos son viudos, así que mientras comparten una taza de té en el viejo salón de la casa vacía, comentan las últimas noticias sobre el Comité Consultor del Partido, y discuten sobre asuntos cotidianos, las fiestas, el tiempo, la vida de los hijos y los nietos, las noticias sobre política, el mantenimiento de los peces del acuario, los problemas de salud…Mientras ella recorre con la mirada distraída la habitación llena de objetos y papeles, descubre los ojos de él llenos de lágrimas, y cuando ambas miradas se cruzan, él esboza una sonrisa dulce y serena y se levanta para rellenar el termo con más agua caliente. Siguen charlando, pasando de un tema al otro, entonces él le pregunta si recuerda la primera vez que se vieron, fue en una de las primeras regiones liberadas, en Jinan, donde ella bailaba el
yangge (viejas danzas campesinas de Shanxi y Hubei) para celebrar la liberación comunista. Él se había dado cuenta de que ella no era una campesina sino una estudiante de la ciudad porque llevaba recogido su pelo con una cinta de seda roja en vez del cordón de algodón habitual, y ella le habló de que tocaba el piano. Pero ella no recuerda nada. Él le pregunta cuántos años hace que ha dejado de bailar, pero ella sin saber qué contestar hace que no lo oye y no responde, mientras continúa preguntándose por el verdadero motivo de la demanda de su visita. Al dejar su casa, va al mercado a comprar cerdo asado y pato a la salsa de soja, regresa a su casa, se prepara la cena, escucha las noticias, revisa el correo, ve un poco la tele, sin dejar de pensar en el recuerdo de ese primer encuentro, en los pensamientos de después. Se duerme y a medianoche se despierta pensando en los ojos de él llenos de lágrimas y entonces se da cuenta de que si la había llamado era simplemente por amistad, porque se había acordado de ella y por el simple deseo de charlar. ¿Cómo no se había dado cuenta ? Piensa entonces que podían haber estado charlando más tiempo, que ella podía haberse quedado más, aunque fuera sin hablar, piensa en la soledad de ambos y de repente el recuerdo de Jinan que él tiene de ella la emociona. La luna ilumina las cortinas de la habitación y de lejos se oye el eco de los cláxones de los coches. Desde la oscuridad son sus ojos ahora los que se llenan de lágrimas, y su sonrisa mojada responde a la de él, dejándose mecer por el llanto y los recuerdos. Sólo piensa en llamarlo apenas amanezca para decirle que se acuerda de Jinan… pero antes de que pueda hacerlo suena el teléfono y es el hijo de él que la llama para avisarle de que su padre ha muerto durante la noche.
Este cuento maravilloso y sin pretensiones, escrito en segunda persona forma parte del libro de relatos cortos de
Wang Meng,
Contes et Libelles, traducido al francés por François Naour en la bonita edición de
Blue de Chine, con portada de caligrafías de
Fabienne Verdier, que me he llevado esta semana de vacaciones por Italia. La vida de este escritor nacido en Pekín en 1934 se encuentra, como la de tantos otros escritores chinos, atravesada por la agitada historia de China. A los 23 años es enviado al campo para ser “purgado”, de donde regresa en 1962 para ser reenviado de nuevo a 8000 lis de la capital, a Xinjiang, el far-west chino hasta el final de la Revolución Cultural. Nombrado en 1986 Ministro de Cultura, será destituido tres años más tarde, después de
Tianamen, dedicándose desde entonces a la escritura. Su prosa posee algunos de los elementos que más me gustan de la narrativa china: las historias son sencillas pero se encuentran cargadas de imágenes, de giros, de nostalgia, de preguntas, de recorridos o caminos que no acaban en ninguna parte, pero que sin duda hacen avanzar la realidad de las palabras, y la libertad de la que ellas son portadoras. Con ironía y cinismo el escritor reflexiona sobre el pasado que ha desaparecido, los sueños perdidos, la incertidumbre del futuro, reinventando sin duda algún presente posible.
Junto con Wang Meng, me llevé otros dos grandes poetas de la dinastía Tang bajo el brazo a Italia:
Bai Juyi y
Su Dongpo, ambos traducidos por
Anne Hélène Suarez. Bajo la ramas de los árboles del parque Sempione, a lo largo de los arrozales de las afueras de Milán, o al lado de las higueras del campo veneciano, y
gracias a la sensible maestría de Anne Hélène he podido seguir disfrutando del mundo de esos errantes desterrados e inmortales: graznidos de gansos sobre la nieve, cítaras que suenan solas al soplo de la brisa, emoción contenida, grillos que cantan tras la estera del templo vacío, el sonido de la primera gota sobre la hoja del banano, de la escoba del monje que barre al amanecer mientras se quema el incienso dentro, el rumor del agua bajo la barca que avanza en el estanque donde se mecen los lotos, vestidos de gasa turquesa guardados al fondo de un baúl, lentejas de agua que flotan en el mar, aullido de monos, alfileres de jade sobre el cabello, bruma sobre los bambúes, un pescador ebrio que baila bajo su capa de juncos, tortugas y peces salvajes, poetas en alpargatas que brindan con vino de arroz, encuentros en pabellones dorados, tigres que atraviesan el valle, melocotones mágicos, poemas escritos en las paredes de los templos, despedidas bajo los sauces. Desplegar papel de arroz y preparar los pinceles, recoger crisantemos amarillos, preparar el mijo, descansar en la cabaña solitaria…
Como explica Anne Hélène Su Dongpo fue el precursor y el mejor representante de esa tradición de artistas-letrados en cuya obra se mezcla la poesía, la pintura, el pensamiento y las preocupaciones sociales y políticas. De ahí surge, dice, la costumbre de caligrafiar un poema en el espacio vacío de un cuadro. Citando a Su Dongpo:
“Mis bambúes no tienen secciones, ¿Pues qué hay de extraño en eso? Son bambúes nacidos de mi corazón y no los que mis ojos se han contentado con percibir desde afuera” Al regresar a Barcelona, cual ducha de agua fría, leí con cierto espanto la entrevista en la Vanguardia a
Juan José Sebreli y la más espantosa columna de
Llàtzer Moix vaticinando en pro del regreso a la era de las luces y la razón, el fin de la “vacación posmoderna” , consecuencia de esa corriente irracionalista, quemando en la hoguera de la brujería por igual a Althusser, Derrida, Lacan, Barthes, o Deleuze. Tal vez se avecinen malos tiempos para los bambúes pintados sin secciones, y las palabras de estos poetas se hagan más necesarias que nunca